El otro día fui a un concierto al
Gran Teatro. Seguro que muchos piensan que un teatro no es el lugar más
adecuado para un concierto. Eso de butacas cómodas, poca luz y silencio no es
para conciertos, pero la realidad es que prefiero eso a estar de pie saltando
durante dos o tres horas o sentado en los adoquines de una plaza de toros o una
sala al aire libre. No, no es la edad, siempre he preferido esa opción, aunque
si es verdad es con el tiempo se acentúa.
¿El concierto? Estupendo, tres
horas de un acústico con un gran cantautor, un poeta urbano, como se suele
decir, es algo que hay que aprovechar de vez en cuando.
Pero a lo que iba, durante las
tres horas de concierto, además de disfrutar de la música y las letras de las
canciones tuve ocasión de comprobar que el tema de las rrss, los whatsapp y todo lo relacionado con el móvil se nos
está escapando de las manos.
Pude observar alrededor mío,
entre otras cosas porque en la oscuridad la pantalla de un móvil brilla más que
una luna llena, que la gente grababa, aunque estaba prohibido, hacía fotos, que
también lo estaba, comentaba en facebook canción a canción, mandaba mensajes
por whatsapp,… en definitiva, a mi parecer, no creo que estuvieran disfrutando
al 100% de lo que tenían delante.
Nos afanamos en contar al mundo
entero que estamos haciendo en lugar de disfrutar lo que estamos haciendo.
Aquello de que: “cuando salgas esta noche al baile, echa unas fotos, a ver si
no se entera nadie y has perdido el tiempo”. Pues eso.
Confieso, que dejé mi móvil en la
chaqueta, y que estuve tentado en más de una ocasión de cogerlo y comprobar que
no tenía mensajes o llamadas. Pero me contuve, y me alegro por ello. Disfruté
de un concierto, de mi compañía, y pude olvidarme de todo el resto del mundo
durante tres horas.
Quizás ahora lo cuento, porque,
vaya que no se entere nadie y….
No, en realidad, lo que quiero
decir con todo esto es que creo que he llegado a un punto, en el que necesito
tiempo, eso tan difícil de conseguir. Lo necesito para realizar todo lo que
pasa por mi cabeza, todo lo que me ofrecen hacer. Tantos proyectos, míos o
colaborando con amigos y conocidos que me piden mi ayuda allá donde pueda ser útil.
24 horas tenemos al día, no hay
más, cuando restamos las de dormir, quedan aún menos. El secreto es saber cómo
rentabilizar las que quedan. Cómo compaginar la vida laboral, personal, de ocio,…
Antes de sonar el despertador
cada mañana, antes de que mis pies pisen el suelo, ya se ha almacenado en mi
cabeza qué día es hoy, qué tengo pendiente para hoy, qué no acabé el anterior,
cuáles conversaciones no tuve ayer o cuántas me quedan por tener hoy, cuántas
no acabaron como quería, a quién tengo que llamar o con quién quedar, …
He llegado a la conclusión de que
la única manera de aprovechar esas horas es eliminando todo lo que resta. Lo
que resta mi atención donde corresponde, lo que resta mi estado de ánimo positivo,
lo que resta mi creatividad.
En ese punto estoy. En clasificar
los momentos, los grupos, las conversaciones, los actos, las salidas, las
entradas,… entre las que suman y las que restan.
A ver si lo consigo.
Seguro que habrá detractores a
mis conclusiones, me dirán que no debo ser negativo, que no cierre puertas, que
nada resta, que todo, aunque sea poco algo suma.
Es posible, pero he llegado a un
momento en el que tengo saturación de ideas, de palabras, de imágenes, de emociones.
El estrés es mal acompañante de viaje.
Si quieres llegar pronto, corre.
Si quieres disfrutar del viaje, aminora la marcha.
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